un mundo iluminado
fecha de publicación: 01/12/2010
Entonces, cuando los ruidos se extinguieron en el pasillo, descubrí la intensidad que podía llegar a tener el silencio, su espantosa capacidad para devorarlo todo. Tuve la impresión de que el mundo entero daba la razón a mi compañero de cama, y que por ello su cuerpo inmóvil irradiaba una aplastante atmósfera de certeza, como si sus insoportables quejas de poco antes hubieran encontrado un lugar donde perderse para siempre. Quise taparme la cara con las sábanas, pero no podía soportar la idea de estar como él, cubierto y exánime. Poco a poco noté cómo me iba invadiendo un pánico irracional, ese pánico ante una amenaza que no tiene forma ni está en lugar alguno, que se encuentra de repente en los pies de un hombre que acaba de morir cuando no puedes hacer otra cosa que mirarlos. Me puse a gritar, y nunca me he sentido tan vivo y tan horrorizado como entonces. A los pocos segundos apareció una enfermera mayor que me miró con ojos alarmados. Me cogió las manos entre las suyas, pero yo seguía temblando y le pedí que hiciera algo. Ella entendió lo que pasaba. Pudo haberme dormido con una inyección, pero quizá le caía bien o le sobraba tiempo. Quizá, sencillamente, necesitaba tanto como yo rellenar aquel silencio. Se sentó en el borde de mi cama y, sin soltarme las manos, empezó a hablar… Me estuvo hablando hasta que el silencio se fue llenando de palabras y mi pánico se disolvió en aquella letanía que tenía algo de invocación desesperada. Sólo desaparecen los temores que se comparten. De madrugada, cuando los camilleros se llevaron el cadáver, yo dormía, pero sabía que ella no me había soltado las manos. Seguramente, tampoco había dejado de hablar.
Pedro Zarraluki , "La historia del silencio"
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