un mundo iluminado
fecha de publicación: 30/09/2010
Si ellos forman parte de la casa o la casa forma parte de ellos es algo que a los niños les cuesta mucho distinguir. Después de quitarle a la perra, quitémosle la cocina, con su olor a comida rica para cenar. Y también el olor a ropa lavada, a lana secándose en el tendedero de madera. El olor a ceniza. A sopa calentándose al fuego. Quitémosle el viejo y cachazudo caballo que espera junto a la verja del prado. Las tareas que lo mantenían ocupado desde que volvía a casa del colegio hasta que se sentaban a cenar. La bruma del amanecer, el sonido de los cuervos chillando en las copas del los árboles.
Su ropa de faena sigue colgada en un clavo junto a la puerta de su habitación, pero nadie se la pone ni se la quita. Nadie duerme en su cama. Ni lee el ejemplar sin tapas de Tom Swift y su máquina voladora. Y ya que estamos, quitémosle eso también.
Quitémosle la jarra y la palangana, ahora secas y polvorientas. El establo donde los gatos, sentados en fila, esperan con la boca muy abierta a que alguien les dé un chorro de leche recién ordeñada. Quitémosle la cuadra también, el olor a heno, polvo, pis de caballo y cuero viejo manchado de sudor, y ver la lluvia cayendo en los campos arados tras la puerta abierta. Si le quitamos todo eso, ¿qué le queda? Ante tamaña privación, ¿de qué sirve pedirle que siga siendo el niño de antes? Sería casi mejor que empezara una vida nueva convertido en un niño distinto.
William Maxwell , "Adiós, hasta mañana"
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