Tecnicolor

un mundo iluminado

¿Hablas balleno?

fecha de publicación: 05/03/2011

ilustrador/es

Uno de los deseos que de una forma más constante e íntima han acompañado al hombre desde el origen de los tiempos es el deseo de comunicarse con los miembros de las otras especies. A él se debe que bestias y animales hablen en los cuentos de hadas y que sus protagonistas humanos comprendan mágicamente su lenguaje. Tolkien afirma que desde muy antiguo se tiene una viva conciencia de la ruptura de esa comunicación; pero también la convicción de que fue traumática. Las animales son como reinos con los que el hombre ha roto sus relaciones y que con los que, en el mejor de los casos, mantiene un difícil e inestable armisticio.

En los cuentos de los niños siempre se ha mantenido la idea del mundo como creación, y el sentimiento asociado a esa idea de una naturaleza escondida más allá de lo visible, como si el paraíso no hubiera sido separado del mundo, sino que subsistiera en él, sólo que como reino interior, escondido, al que sólo en circunstancias especiales (“no todos los días suceden milagros” está escrito en la Genará) pudiera accederse. Estos accesos, estas entradas secretas, son uno de los lugares centrales de los cuentos. Son “las ínsulas extrañas”, a que se refirió San Juan. El acceso es súbito, inesperado, y una vez que se lleva a efecto todo cambia para siempre para quien lo realiza. En ellas todo es posible: alimentarse de cualquier cosa, el diálogo entre los animales y los niños, burlar a la muerte.
Estas ínsulas no son una invención, existen en la realidad aunque no sea fácil llegar a ellas. Los amantes, los niños y los poetas las encuentran. En los cuentos se guarda la memoria de lo que descubrieron en ellas, y es escuchándolos una y otra vez cómo aprendemos a hacernos cargo de esa herencia tan dulce.

Gustavo Martín Garzo

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