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un mundo iluminado

Noche de estrellas

fecha de publicación: 05/01/2016

ilustrador/es

Melchor frunció el ceño. Miró hacia la casa con disgusto y se volvió hacia Baltasar y Gaspar, que estaban esperándolo con unos cofres magníficos que resplandecían por las incrustaciones de oro.
Melchor volvió a la cabecera de la caravana entre gruñidos. Desmontó, se acercó a sus alforjas y, con movimientos bruscos, sacó un cofre dorado.
Se acercaron a la vivienda con pasos majestuosos y comedidos, incluso Melchor, que había aceptado el alcance de la ceremonia. Las estrellas brillaban en el cielo, una más que el resto, y los candiles centelleantes que nos rodeaban eran como su reflejo en la tierra.
Las llamas se inclinaron por la corriente y realzaron, al paso de los magos, el oro de los collares, las empuñaduras y los cofres, y el de los hilos que bordaban las capas al viento. Los magos, junto a la humilde vivienda, parecían estar en el sitio equivocado y ser extrañamente innecesarios, como unos anillos llenos de joyas en los dedos de un labrador…

-Yo sigo meditando sobre el paraíso y la forma de alcanzarlo; sobre la advertencia del profeta de que la grandeza no llega por la riqueza ni por el conocimiento ni por la estirpe, sino por nuestros buenos pensamientos, nuestras buenas palabras y nuestras buenas obras. Él nos dice que con eso hasta un esclavo puede llegar al paraíso mientras muchos reyes se hunden en el abismo. El alto linaje y el bajo son lo mismo. Aún así, no puedo dejar de pensar si alguno de nosotros habría emprendido este viaje si hubiera sabido que no iba a encontrar al hijo de un rey, ni siquiera al hijo de un gran sacerdote, sino al hijo de un carpintero en una casucha de piedra en una aldea perdida de Judea –Baltasar suspiró–. Reconozco que me parece muy complicado descifrar el alfabeto de Dios en el firmamento, pero cuando me pregunto cuál es el significado profundo de todas las señales superficiales que hemos visto, no sé si la humildad de ese nacimiento podría ser la clave del asunto.

–No lo entiendo– confesé.

–Yo tampoco– me sonrió con tristeza–, pero presiento que ese nacimiento tiene poco que ver con el poder de un rey o los conocimientos de un sacerdote y mucho que ver con esto –se puso una mano abierta en el pecho–, con el corazón.

Susan Fletcher , "El alfabeto de los sueños"

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