Tecnicolor

un mundo iluminado

Una estrella nueva

fecha de publicación: 28/06/2012

libros en la biblioteca

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Esa persona apretó un poco más su ancha mano, como asegurándose de que realmente estaba allí. Dedos largos y suaves, con una fuerza latente.
«Aomame», pensó Tengo. Pero no dijo nada. Tampoco abrió los ojos. Se limitó a agarrar a su vez la mano de ella. Recordaba aquella mano. En veinte años nunca había olvidado su tacto. Ésta no era la mano de una niña de diez años. Sin duda, durante aquellos veinte años, esa mano había tocado multitud de cosas, había levantado y sujetado objetos de las más diversas clases y formas. Y se había hecho fuerte. Pero Tengo sabía que era la misma mano. Se la sujetaba del mismo modo e intentaba transmitirle el mismo sentimiento.
En un instante, esos veinte años se fundieron en el interior de Tengo, y, mezclándose, formaron un remolino. Entretanto, todas las escenas que él había vivido, todas las palabras que había pronunciado y todos los valores que había defendido y le habían guiado se unieron y formaron en su corazón un grueso pilar cuyo núcleo giraba propulsado por un torno de alfarero. Tengo, en silencio, observó aquella imagen como quien presencia la destrucción y el resurgimiento de un planeta.
Aomame también guardaba silencio. Ambos, callados, se agarraban de la mano encima del tobogán. Habían vuelto a ser niños de diez años. Un niño solitario y una niña solitaria. En un aula una vez acabadas las clases, a principios de invierno. En aquel entonces ninguno de los dos tenía la fuerza ni los conocimientos para saber qué ofrecerle al otro, qué buscar en el otro. Nadie los había amado y nunca habían amado a nadie. No habían abrazado a nadie, nadie los había abrazado. Ni siquiera sabían adónde los iba a conducir aquello. Se habían adentrado en una habitación sin puertas. No podían salir de allí, aunque, por esa misma razón, nadie más podía entrar. En ese momento ellos lo ignoraban, pero se encontraban en el único lugar completo del mundo. Un lugar que, pese a estar del todo aislado, no estaba teñido por la soledad.

Haruki Murakami , "1Q84"

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