un mundo iluminado
fecha de publicación: 27/02/2012
Ahora sé cuál es el acento que corresponde a esas palabras, una variante musical del francés inherente a ese mismo calor que el autor describe. Un acento que evoca el calor, el olor a lavanda, la melancólica silueta de los cipreses, el eterno canto de los grillos, la antigüedad de los olivos, el vaho azulado de las infinitas hileras de cepas que antes de los impresionistas nadie se había atrevido a pintar de ese modo. Yo nunca había experimentado en carne propia ese calor, nunca me había adentrado hasta ese extremo en el sur, y sin embargo, leyendo aquellas palabras, fui capaz de sentirlo.
Y así sucede a veces que en una hermosa tarde de verano, cuando el calor ha dejado de apretar pero el sol se desliza todavía por los campos, nos sentamos un gran grupo de gente a una larga mesa debajo de la morera negra. La mesa está llena de los productos que esa misma mañana hemos adquirido en el mercado de Isle-sur-la-Sorgue: las olivas, la pata de cordero aromatizada con tomillo y romero, los quesos de cabra recubiertos con ceniza y especias, el pastis elaborado con vino que parece haber pasado directamente de la vid a las jarras. Los perros yacen debajo de la mesa y sueñan que vivirán así para siempre, y cuando más tarde escucho al adjoint-maire contar sus historias y veo al jefe de los gardes champetres marchándose en el coche oficial con las luces giratorias azules acompañado de toda la familia y haciendo hermosas eses por el camino, yo regreso al mundo de Giono y Bosco, el mundo de la luz meridional, una región mítica que en días como ésos se me figura uno de los limbos del paraíso, y entonces entiendo otra vez por qué hace más de cincuenta años, cuando en mi tierra nórdica calvinista abatida por la guerra leí las primeras páginas de Le Mas Theotime, deseé tanto estar en ese mundo.
Cees Noteboom , "Lluvia roja"
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