un mundo iluminado
fecha de publicación: 06/07/2014
Me gusta el silencio de los marineros. Contiene dentro todas las tragedias del mar y también su fuerza. Antes de zarpar, las luces blancas, rojas y verdes de los pesqueros se reflejaban ya en el agua aceitosa de la dársena. Sonaban los motores y las amuras con nombres de vírgenes o de cofrades, enfilaban la bocana y allí, ante la mar abierta, el patrón decidía si ese día la pesca se desarrollaría por la parte de garbí o de gregal. Era todavía noche cerrada y tumbado en la cubierta yo miraba las constelaciones. Veía sobre mi cabeza el triángulo de verano formado por tres estrellas, Altair, Vega y Deneb. De pronto las olas tomaban una tonalidad de plata vieja y sobre ella poco después un sol todavía muy tierno y blando derramaba el vino. Durante la travesía hablaba con Pere, un viejo marinero encargado de la cocina que murió un día al pie de la caldereta de pescado. En la vertical del mediodía echaba un par de ajos en el aceite hirviendo y en medio del mar parecía que el mundo se volvía a crear en torno al aroma que despedían los salmonetes y los calamares al freírse. La brisa lo llevaba hasta las aguas azules y entonces aparecían los lomos soleados de los delfines y al verlos pensaba: ya que en esta vida me obligan a saltar, trataré de que mi salto sea de delfín.
Manuel Vicent , "Verás el cielo abierto"
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