Tecnicolor

un mundo iluminado

¿A qué huele la felicidad?

fecha de publicación: 05/02/2011

ilustrador/es

Pero cuando nos sentábamos a comer el sábado, era una delicia contemplar la mesa.
En platos puestos al alcance de mi padre había siempre lomo de buey y una paletilla o una pierna de cordero. Enfrente tenía los pollos, cocidos o asados; o patos, o un pavo, o un ganso, según la estación del año. Había además puré de patatas, o patatas cocidas o asadas, y un repollo, y coliflor, y arvejas…
Aquella sopa sí que olía. Todavía tengo el olor en la nariz. Todo lo que la componía era bueno, por lo que bastaba el olor para que uno se sintiera caliente por dentro y a gusto, y era un gozo estar sentado a la mesa, pues se presentía el placer que vendría después.
Me vuelve otra vez aquel rotundo, generoso y vital olor a verdura fresca de tierra dejada en paz, a gente feliz. Si la felicidad huele realmente, conozco bien su olor, pues ha flotado siempre vagamente en nuestra cocina, y en aquellos tiempos llenaba la casa. Después de rebañar bien los platos hasta dejarlos relucientes con el pan que mi madre solía cortar apretando la hogaza de cuatro libras contra el pecho, aparecía el pudding, y puedo asegurar que los puddings de mi madre eran como para hacerle a uno contener el aliento para comer. A veces había una tarta, o fruta cocida, con la espesa crema que habían traído aquella mañana de la granja, pero fuera lo que fuere, era siempre bueno.

Richard Lewellyn , "Qué verde era mi valle"

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© Fernanda Medina. …quieres hablar conmigo?