un mundo iluminado
fecha de publicación: 03/05/2012
Azulada por el nocturno oleaje,
entre el ocio lunar y la arena indolente,
la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,
hecha clamor de memorables días dichosos
o palabra más bien, que ahora escribo en la sombra,
apoyando mi sueño en sus muros de solícitos brazos.
La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo
ardoroso, registro de certeza embriagada,
donde estuvo mi vida, orillas de un emblema marino,
resonante de alegres impaciencias
o de ilusorias lágrimas que otros ojos cegaban.
Sus ventanas, a veces, están dando a mi nombre,
porque son todas ellas como bocas que acunan,
como labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,
aberturas que el mar vuelve sonoras
y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,
palabras semejantes a manos que se juntan
o acaso esa tristeza que hay detrás del amor.
Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera entrañable,
la verídica cal en cuyas lindes
se estaba congregando toda la luz de aquella casa,
sin poder ocultar cosa alguna por detrás de sus lienzos,
sin poder ser distinta a un cristal desnudado,
a un renglón transparente de tiempo sin edad.
Recuerdo también sus rincones más hondos y ocultos,
su razonada disposición de alegría,
la distribución de sus sueños con afán perdurable.
Todo allí se contagia de una idéntica vida,
y es para siempre su estación humana,
los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,
de todo lo que ordena mi palabra y sus márgenes:
las dudas con que erige sus muros la verdad,
los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,
el olvido, ese moho que corroe el rostro de la historia,
lo que está sin remedio convirtiéndose
en una misma forma de aprender a volver,
el miedo al desamor por donde sangra el mundo.
Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,
la habita mi memoria; sé que está restaurándose
como la abdicación del mar en las orillas,
como las germinales herencias del verano,
y quizá sea posible que esta casa no pueda nunca envejecer,
no pueda cumplir nunca más tiempo que el de entonces,
porque sus habitantes son lo mismo que llamas
sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más tenue,
y ellos están haciendo que las paredes vivan,
que los peldaños latan como olas,
que cada habitación respire y reproduzca
los irrepetibles y anónimos hechos de cada día.
Casa sin tiempo junto al mar, cumbre
sonora entre los astros, libre razón con muros,
criatura en donde acaban mis fronteras,
soy menos si me faltas,
tu paz rige mi vida y la hace invulnerable,
justifica mi espera tu paciencia,
bogas, persistes, reinas, como un ave en la noche,
acaso ya recibas el nombre de José.
José Manuel Caballero Bonald , "Casa junto al mar, en "Las adivinaciones", 1952"
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